El Administrador Apostólico, Mons. Pierbattista Pizzaballa, en la Homilía que ha pronuciado en la Basílica de Nazareth, donde el Verbo se ha Encarnado, ha dicho “que aprendemos de la Virgen María, igualmente importante, es aceptar de entrar en el tiempo de la gestación, tiempo de paciencia, de silencio y de espera”.
Para ver la Misa en la Basílica de Nazareth clica aquí.
Les ofrecemos, a contiuación, la homilía llena de Espíritu Santo que Mons. Pierbatista nos ha donado:
Solemnidad de la Anunciación
Nazareth, 25 de marzo de 2020
Queridos hermanos y hermanas,
¡El Señor les dé su paz!
Se tendrá que ir muy atrás en los siglos para encontrar una solemnidad de la Anunciación con el tono bajo como el que tiene hoy, casi clandestino. Y tal vez todavía tenemos suerte de poder celebrarla, aunque en modo muy reducido. En otros lugares del mundo ni siquiera esta forma es posible, Son situaciones nuevas, que no hemos conocido ni siquiera en tiempos de guerra y que nos encuentran impreparados.
Pienso que todos tenemos en el corazón muchas preguntas y muchas preocupaciones por lo que estamos viviendo. Nos sentimos desorientados ante esta terrible novedad que ha golpeado a todo el mundo y por las graves consecuencias que esta crisis tiene en nuestras vidas, sabiendo que esta será aún más severa en el futuro incierto que nos espera.
Nos encontramos ahora aquí, delante de la Casa de la Virgen, dejémonos interrogar por Ella, acompañados por el paso del Evangelio que se ha proclamado. Y preguntémonos, a través de este paso, qué es lo que se nos anuncia hoy y cómo podría hablar hoy de buena noticia y de salvación en teste contexto tan dramático. Me detengo en dos breves consideraciones.
- La primera es creer que nada es imposible para Dios (Lc 1,37). En el paso encontramos dos situaciones imposibles. La Virgen María que queda embarazada sin haber conocido varón (Lc 1,34) e Isabel, anciana y estéril, que ya ha llegado al sexto mes de gestación (Lc 1, 36).
Ambas situaciones, decíamos, son humanamente imposibles, pero se han realizado por obra de Dios, sin intervención humana. Por obra de Dios ha germinado la vida allí donde la vida no podía nacer. ¿Qué nos sugiere esto?
En nuestra época la inteligencia humana y el desarrollo social han transformado al mundo de manera radical; hoy podemos hacer cosas que hasta hace poco parecían imposibles e inalcanzables, en materia científica, económica y comercial. El progreso científico, en fin, cada día nos hace más potentes y nos abre continuamente a mayores y más amplias perspectivas en todos los ámbitos de nuestra vida personal y social. Confiamos cada vez más en nuestras fuerzas y nuestras capacidades. Nos sentimos invencibles.
Luego llega un virus que desequilibra todas nuestras certezas. En pocos días todo el armazón económico-financiero del mundo, las relaciones internacionales, personales, sociales, el comercio global … todo ha caído o por lo menos ha sido puesto en gran discusión.
Al sentido de potencia se ha asomado el miedo, porque ahora tenemos miedo, se ha parado todo. Hemos perdido la confianza, tememos toda forma de contacto y sobre todo, estamos asustados de lo que nos depara el futuro, lleno de incertidumbres sobre la salud, el trabajo, los hijos, los padres, etc. La confianza en nuestras fuerzas se pone en discusión y nos sentimos improvisamente impotentes.
El paso del Evangelio nos invita a elevar la mirada y a tener confianza en Dios. Tal vez lo habíamos puesto demasiado de lado a este Dios providente y omnipotente. Pensábamos que éramos nosotros solos los artífices de nuestro destino y de no tener necesidad de nada ni nadie. En cambio no es así. Tenemos necesidad de Dios porque solos estamos perdidos. Y la conciencia de la presencia de Dios en la vida del hombre y del mundo nos lleva también a creer que para Dios nada es imposible, que Él no nos deja solos. Él hace nacer la vida allí donde esta es humanamente imposible.
En el Evangelio de hoy, María, nos enseña a tener fe. Creer es reconocer que esta mano invisible de Dios todavía obra y llega justo allí donde el hombre no puede. Creer significa también estar en esta dramática y difícil situación de hoy con esperanza cristiana, que es la actitud de quien decide vivir en el amor, no se cierra en si mismo, sino que ofrece su vida, diciendo su “sí” aún en momentos muy pesados. Creer es, por lo tanto, escuchar, acoger, confiar, fiarse, ofrecerse. La dificultad del presente momento y su consiguiente desorientación que la acompaña, no anulen nuestra firme certeza que Dios no abandona a quien lo ama y que no estamos solos. Nosotros sabemos y creemos que “Aquel que ha resucitado a Cristo de los muertos les dará la vida también a nuestros cuerpos mortales por medio de su Espíritu que habita en ustedes” (Rom. 8,11).
Hoy aquí, ante la Casa de la Virgen María, queremos renovar nuestra fe en la obra providente de Dios y decir, junto al evangelista Marcos: “Creo, Señor, pero ayúdame en mi poca fe” (Mc 9,24).
- La segunda indicación que aprendemos de la Virgen María, igualmente importante, es aceptar de entrar en el tiempo de la gestación, tiempo de paciencia, de silencio y de espera.
Las cosas del hombre se hacen en un minuto, las cosas de Dios necesitan tiempo y se desenvuelven poco a poco: porque para que nazca lo nuevo es necesaria una larga gestación.
El hombre consume su tiempo vorazmente, mientras que el tiempo de Dios se despliega en largas distancias: excava en profundidad, pone fundamentos profundos, necesita del tiempo de todas las estaciones para que la siembra dé fruto.
Podemos pensar al embarazo de María, esa se ha nutrido de paciencia, de fe, de silencio, de escucha, de oración, de camino. Y ha llevado a María a ver y reconocer a su alrededor los lugares y los eventos donde la misma mano de Dios ha hecho algo nuevo: en su prima Isabel (Lc 1,39-45), en su esposo José (Mt 1,18-25).
Nosotros hoy no comprendemos todo, no estamos en grado de interpretar adecuadamente lo que está ocurriendo y esto, tal vez, es unos de los elementos que nos desorienta mayormente: o estar en grado de descifrar y decodificar el dramático momento presente, de poseer la llave interpretativa que nos permita de controlar los advenimientos actuales y el tiempo presente.
El Evangelio nos enseña a dejar decantar lo vivido, que el tiempo haga crecer y madurar una comprensión serena y libre de los advenimientos presentes. Sólo con el tiempo lograremos comprender mejor y ver Su presencia y Su obra. Ahora no sabemos dar “historia” a lo que está pasando, tenemos que dejar que el tiempo desvele el acontecimiento, de hacer crecer la inteligencia del corazón escuchando el silencio de Dios. En el dolor y la alegría de los días que vendrán, leeremos estos acontecimientos y estoy seguro que encontraremos una Palabra que nos ayude a iluminarlo, a mordisquearlo con una meditación que lo haga convertir en vida cotidiana, nueva.
Por esto la certeza que nada nos separará del amor de Dios, la seguridad que nos deriva de su fidelidad, no nos pueden faltar y nada, absolutamente nada y nadie nos podrá separar del amor de Dios.
Podemos pensar que el Evangelio de la Anunciación sea un Evangelio lejano a nuestra vida, muy grande para nuestra pequeña vida, ¡pero no es así! La dinámica de este evento, la dinámica de un Dios que desea intervenir en la vida del hombre y pide simplemente que lo dejen hacer es la dinámica de la fe, de nuestra cotidiana relación con Dios, que ni siquiera el drama del momento presente puede poner en duda.
Pidamos a la Virgen María el don de la confianza en la obra de Dios en nosotros y en el mundo. La confianza en Dios nos dará nueva vida, justo como la del Niño que ha sido generado en el seno de la Virgen, justo como la vida ha surgido del sepulcro. También allí la mano del hombre había dado la muerte, y sólo la mano de Dios podía dar la vida. Y así sucedió.
Con María, entonces, confiémonos nuevamente en el proyecto de Dios.
+Pierbattista