Una hermana nuestra, italiana, la Hna. Anna Lenti, nos relata su experiencia misionera en la bellísima tierra Mexicana, donde ha encontrado tanta gente estupenda y donde trasncurre sus días en la fe en Dios, su donación constante y la alegría de vivir para Él y para el pueblo que Él le ha confiado en nuestra comunidad de Ayutla:
Me has llamado, ¡aquí estoy, Señor!
Cuando volvía a Italia, hace tres años, de una experiencia apostólica vivida en México, que había durado apenas dos meses, en mi corazón se me habían grabado sobre todo dos imágenes: la vida de comunión y de oración de las hermanas y la sensación de cercanía con el cielo.
A fines de junio de 2017, inesperadamente el Señor me ha llamado para ir a vivir a México y mi alegría fue incontenible a pesar del dolor por dejar a mis seres queridos, situaciones y a la misma patria amada. El Señor había elegido lo mejor para mí y mi pequeña voluntad se había encontrado, por gracia, con su Voluntad. Esta experiencia de fe y de amor, vivida en primera persona, ha iluminado y sigue haciéndolo cada día mi permanencia en México, en la comunidad de Ayutla donde me encuentro desde el 5 de septiembre de 2017.
Mi primer apostolado aquí es ser quien soy: hermana del Sagrado Corazón del Verbo Encarnado, viviendo todos los días como un don y posibilidad para crecer en la unión responsable de palabras, sentimientos, pensamientos y hechos, siguiendo la enseñanza de la Palabra, del Magisterio, de los Padres de la Iglesia y de los Escritos de mi Fundadora para ser testigo alegre de la presencia misericordiosa de Dios entre estos hermanos y hermanas en la fe.
Un ejercicio que encontré eficaz para mi inserción en todos los niveles ha sido poner en práctica lo que decía Husserl, el filósofo y matemático austríaco a quien seguía en mis tiempos de estudios superiores, que decía que había que hacer “epojé” (suspensión de juicio), poner entre paréntesis todo mi conocimiento y la experiencia ya alcanzada, para abrirme y acoger lo nuevo.
Aquí todo me habla del cuidado y la ternura de Dios… Desde el creado que asombra y encanta por su variada vegetación y que está en continua mutación, a los millones de estrellas que se pueden admirar apenas uno se aleja de las luces del pueblo, a los ríos y lagos, a los animales que se encuentran en el camino o a pastar, al sol que ilumina y abriga casi todos los días … al encuentro con tantas personas que viven su fe, las tradiciones y el progreso de la propia cultura. Muchos rostros de personas adultas, jóvenes y niños que encuentro en la calle, en los distintos lugares de la catequesis, en la parroquia y en nuestra casa. Algunos rostros están marcados y apesadumbrados por las preocupaciones de la vida, la pérdida de familiares, enfermedades, elecciones equivocadas y hay tantos rostros alegres y acogedores, que manifiestan su cariño por nuestra presencia. Pero todos estos rostros, explícita o implícitamente, nos piden de ser signo visible y profético de la cercanía de Dios, que no juzga, que escucha y sabe estar junto a ellos.
Los niños de la catequesis son mis primeros maestros del idioma y de simplicidad evangélica. A la pobreza de medios, muchas veces tenemos sólo el piso y pocas cosas para dar la catequesis, pero se asoma la alegría de estos rostros deseosos de conocer al “Papá Dios” y el desafío de ser un buen instrumento poniendo a servicio los dones recibidos.
La fe de las personas humildes es para mí un continuo empuje y una invitación a abandonarme en Dios siempre y en todas las circunstancias. Muy seguido me pasa que escucho expresiones como éstas: “el niñito Down que Dios nos ha dado ha venido a regalarnos tanto amor, ahora está muerto, pero si dependiera de nosotros recibiríamos otros diez”, o “El Señor me ha confiado este esposo mío y en cincuenta años de matrimonio, entre tantos problemas, como el alcohol, me ha concedido la gracia de perdonarlo siempre y de serle fiel. ¡Bendito sea Dios!” y otro: “Este niño con evidente retraso en el crecimiento es un don de Dios, un ángel. Él nos lo ha confiado y nosotros estamos felices de tenerlo hasta que no venga a retomarlo”.
Ayutla, como cualquier otro pueblo del mundo, tiene sus potencialidades y problemas. Ignorarlas sería como ponerse una venda en los ojos, pero es en este contexto concreto, rico de desafíos sociales, políticos, educativos, etc., que el testimonio de los cristianos o es o no es. La madre Iglesia, también aquí muchas veces sufre la traición de los propios hijos, y nosotras hermanas del Sagrado Corazón del Verbo Encarnado, siguiendo las huellas de nuestra amada Fundadora, la Venerable Carmela Prestigiacomo, ofrecemos nuestras oraciones, y nuestra misma vida en reparación de tanto sufrimiento y sobre todo para que muchos puedan encontrarse con la misericordia de Dios y cambiar de vida.
Aquí hay tiempo para todo. Tiempo para rezar, leer, estudiar, cocinar, salir, conocer a nueva gente y nuevos lugares, para tener un justo descanso, etc.; tiempo para ocuparme de la casa, de las hermanas, de mi misma.Tiempo para armonizar “Marta y María”, es decir, hacer todo en continua unión de oración con Dios y con las hermanas y estar en oración confiando a Dios todo el mundo con sus alegrías, esperanzas y sufrimientos.
La comunidad es mi fuerza y riqueza, es como el terreno bueno descripto en la parábola del sembrador, que permite a la planta de enraizarse bien, de crecer y de producir fruto. Somos cuatro: tres hermanas y una joven aspirante, Dulce, pero las tres hermanas somos muy distintas por nacionalidad, cultura, idioma, carácter, experiencias, dones personales y límites; a veces en desacuerdo y en conflicto pero todas estamos atraídas por un único centro: Jesucristo, que como fuerza centrípeta nos empuja a salir continuamente de nosotras mismas para ir al encuentro de la hermana y estar así unidas en la diversidad.
En conclusión, puedo decir que vivir en México, en Ayutla y en mi comunidad es una experiencia bellísima, realmente especial… una ocasión de “alta formación y en continua evolución”.
Hna. Anna Lenti
Hermanas del Sagrado Corazón del Verbo Encarnado