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Lectio Divina del Domingo de la Santísima Trinidad – A

junio 10th, 2017 Posted in Lectio Divina del Domingo

Antes de iniciar me pongo a la presencia del Señor, pidiendo el don de su Espíritu Santo, para que pueda rezar la Palabra guiado/a por Él, dócil, como María, atenta y disponible a dejarme transformar como el Señor quiera…

trinitaLectio:

Leo el Evangelio de este domingo, lo leo nuevamente y escruto cada palabra, verbo, me detengo ante los personajes que aparecen. En esta lectura espiritual de la Palabra, en la que uso mi intelecto, no me apuro, dejo que mi ser interiorice la Palabra…

En este domingo en que la Iglesia celebra el misterio insondable de la Santísima Trinidad, nuestro único Dios en tres Personas, la liturgia nos ofrece un texto del Evangelio según Juan 3,16-18;  son palabras dichas por Jesús a Nicodemo (un fariseo que fue de noche a encontrarse con el Señor para conocer su doctrina) en un largo discurso revelador.  Teniendo presente estas indicaciones, inicio la lectura de estos tres versículos, e inmediatamente me doy cuenta que en la brevedad de la lectura hay palabras y frases que se repiten: Hijo unigénito, mundo, salvación, condena, creer. Estas sobresalen en este texto y las frases están realizadas con estas palabras. Por lo tanto a Juan interesa mucho que quede claro el mensaje que quiere dar aquí y escribe estos versículos en forma concéntrica.

Iniciemos con la primera frase: “Tanto amó Dios al mundo”: ¿Quién es el Dios del cual se habla? Es el Dios de los Padres, Yahvé, el Dios único que había elegido a este pueblo al que Nicodemo y Jesús pertenecían. El Dios de la historia de la salvación que se había revelado en distintas formas, este Dio tierno, del que ahora Jesús declara que “ha amado el mundo”. El verbo que usa Jesús es agapao es decir, un amor total, altruista, el amor que se dona entero sin esperar nada de los demás. ¡Este es el amor de Dios hacia el mundo! Para hablar de mundo, Juan utiliza la palabra kosmos,  que indica no sólo la humanidad, sino toda la realidad creada, el cosmos por lo tanto. Bien, Dios ha amado, es decir que amaba y ha continuado a amar esta creación suya que se había alejado de Él después del pecado original y, olvidándose casi de Sí mismo, “ha mandado el Hijo unigénito” ¡Entonces Dios no está solo! Tiene su Hijo, el unigénito. Unigénito es también un término griego que indica una realidad de generación única, es decir un hijo único, pero en forma absoluta: este Hijo es el único que ha generado en Padre. Unigénito aparece también al inicio del Evangelio, en el llamado prólogo, cuando se declara que el Verbo era al principio junto a Dios y el Verbo era Dios y que este Hijo unigénito es el único que ha visto al Padre (cfr. Jn 1,1.18).

Por lo tanto, es justo este Hijo único, amado que viene enviado, es decir se ha encarnado (Jn 1,14) “para que todo el que crea en él no se pierda”. Aquí cambia la situación: Dios ama al mundo, pero en el mundo es necesario que se crea en el Hijo unigénito, para que no se pierda. ¿Qué quiere decir esto? El término todo el que indica todos aquellos que se abren a la fe en el Hijo de Dios, el Verbo Encarnado, porque en el prólogo  (Jn 1,11-12) se decía que él había venido al mundo, a los suyos, pero los suyos no lo han acogido, “a los que lo han acogido ha dado el poder de convertirse en hijos de Dios”. Aquí  Juan quiere decir que no basta que Dios mande a su Hijo en el mundo, este debe ser acogido como tal, es decir debe ser creído y adorado como Hijo de Dios para que la salvación llegue a la persona. Esta salvación está expresada en forma negativa, es decir “que no se pierda”, ciertamente el pensamiento del evangelista  se refiere al hecho que la vida es salvación. Quien no tiene la vida, se pierde, la perdición es estar lejos de Dios, del amor de Dios y esto no depende de Dios sino de la libertad del hombre que elige creer o no. Aquí la fe es, en el sentido joánico, un adherir completamente, con todo el ser, a la persona de Cristo; de hecho es por este motivo que Juan escribe  su Evangelio (20,31: “Estas cosas han sido escritas para que crean que Jesús es el Hijo de Dos, y para que creyendo, tengan la vida en su nombre”).

“Quien no cree ha sido ya condenado”, dice Jesús, la condena es no poder participar a la vida de los hijos de Dios, aquella que se transmite a través del Hijo y el Espíritu Santo que hace convertirse en hijos adoptivos, como dirá Pablo en las cartas a los Gálatas (4,5-6) y Romanos (8,15-17).

Meditatio:

Es el momento de comprender el texto, en la meditación aferro el mensaje, me detengo para repetir, luego, lo que más me ha tocado… Después lo actualizo con mi vida, me dejo confrontar por la Palabra.

Después de la extensa lectio, un poco empeñada hoy, en la meditación nos detenemos solo a lo esencial para poder pasar a la contemplación del Misterio del Dios Uno y Trino, que obra siempre porque nos ama tanto que quiere que tengamos la vida en Él.

Decía un sabio profesor – hoy miembro de la Comisión Teológica Internacional – que el sentido del hombre es llegar a ser hijos de Dios. ¡Es exactamente así! el verdadero sentido de la existencia humana es reconocerse y llegar a ser siempre más hijos en el Hijo, por medio del Espíritu Santo que grita en nosotros Abbá – Padre. La meditación del evangelio propuesto para este domingo nos lleva justo a esta conclusión: quien cree en el Hijo unigénito se convierte también él en hijo gracias al Espíritu Santo, porque el Padre ha amado tanto al mundo que no ha tenido para sí ni siquiera a su Hijo unigénito, sino que lo ha dado no para la condena, sino para que tengamos la vida eterna a través de la fe en Él.

Oratio:

La meditación de esta Palabra che el Señor me ha donado se hace oración…

Te Cantamos, Señor de la vida:
tu Nombre es grande en la tierra
todo habla de Ti y canta tu Gloria
grande eres Tú y haces maravillas
Tú eres Dios

Te Cantamos, Señor Jesucristo
Hijo de Dios, venido a la tierra,
hecho hombre por nosotros en el seno de María.
Dulce Jesús, resucitado de la muerte
estás con nosotros.

Te Cantamos, amor sin fin:
Tú que eres Dios, el Espíritu del Padre
vives dentro de nosotros y guías nuestros pasos.
Enciende en nosotros el fuego de la eterna caridad.
(de Liturgia e Sacra)

Contemplatio:

Entro en el corazón de Dios, mi centro sólo debe ser Él, su Hijo, el Espíritu Santo, solamente Dios… aquella Palabra que me había tocado la hago mía, me tendría que ayudar, como también el silencio, para abrir mi corazón a Dios. La contemplación no es un caer en éxtasis o ver a Dios con los ojos del cuerpo, es sentir profundamente su presencia che invade mi ser, es silencio, es paz…

Al final de la oración, agradezco siempre al Señor por los dones que me ha concedido y me ofrezco a Él para que se cumpla en mí su Voluntad.

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